La igualdad no es una grieta

“Bastará una crisis política, económica o religiosa, para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados”. Para quienes nos gusta leer o consumir contenido sobre género, esta frase de Simone de Beauvoir siempre fue un clásico.

Dicho de un período de tiempo” dice el diccionario si buscamos “clásico”.  En el caso de la frase de Beauvoir, ese período de tiempo es hoy y ese clásico se transformó en presente. Hoy se vuelve agenda lo que creímos que era impensado. Pero no es una coincidencia, es un patrón histórico: cada avance en igualdad de género ha sido seguido por intentos de retroceso. 

 

A pesar de ello, y gracias a todas las luchas que nos anteceden, sabemos que  la equidad no es una ideología ni una bandera que se agita según la coyuntura. Es la base sobre la que se construye una sociedad justa. Hablar de género no es  hablar solo de mujeres o diversidad: es también economía, política, desarrollo social. Hablamos, en esencia, de derechos humanos.

Todo está conectado

Si la igualdad de género es un derecho humano, su ausencia es una cuestión que redefine cada aspecto de nuestras vidas: desde lo invisible hasta lo más visible.

 

“Eso que llaman amor es trabajo no pago, es una frase que sacudió mi matrix cuando la leí por primera vez en un graffiti siendo adolescente. Me preguntaba: ¿Qué pasaría si fuera pago? o más inquietante aún, ¿qué pasaría si dejara de estar?

 

El trabajo doméstico no remunerado representa más del 16% del PBI del país. Sin los cuidados invisibles de millones —limpiar, criar, acompañar, cocinar— la economía colapsaría. A la vez, en Argentina, y a pesar de que creamos lo contrario, las mujeres ganan en promedio un 27% menos que los hombres por el mismo trabajo, y tienen más posibilidades de terminar en trabajos no formales. 

 

Estos números no son opiniones: son hechos. Y si los analizamos con seriedad, entendemos que la equidad de género no es solo un acto de justicia, sino una necesidad para el progreso económico del país.

 

En la misma línea del “todo está conectado”, es importante resaltar que el acceso a puestos de liderazgo sigue siendo extremadamente dispar, tanto en el sector público como en el privado. Y eso también nos afecta como sociedad. Las decisiones que nos repercuten se toman, en su mayoría, sin la mirada de más de la mitad de la población. Si hay un único género en los espacios de poder, las políticas reflejan solo la mirada, y eso se traduce en leyes y programas que no priorizan temas urgentes como la violencia de género, el acceso a la salud reproductiva o la falta de oportunidades laborales.

 

La crisis de representación no debería ser tomada a la ligera, y la razón por la que seguimos presionando para que mujeres y diversidades estén en esos espacios es porque las consecuencias serían positivas para todos y todas.

 

Hay algo que en la teoría de género se conoce como “espejismo de la igualdad alcanzada”. Es justo ese momento donde creemos que porque vemos puestos de liderazgo ocupados por mujeres o diversidades, creemos que el camino ya está hecho y no hay vuelta atrás. Creo que muchas personas supimos estar en ese espejismo. Sin embargo, al día de hoy, 2025, los puestos de poder siguen ocupados en su mayoría por varones. Por ejemplo, ¿sabías que de todas las empresas que tiene el país, solo un 9% tiene una CEO mujer? 

Es hablar de derechos humanos

La equidad de género es, en esencia, un derecho humano. Significa garantizar que todas las personas, sin importar su género, tengan las mismas oportunidades para acceder a educación, salud, trabajo digno y una vida libre de violencia. No se trata de beneficios especiales ni de concesiones. Se trata de que nadie deba esforzarse el doble para acceder a lo mismo. Se trata de que la justicia y la dignidad no sean privilegios, sino garantías.

 

Que curioso que la economía, la política, la sociedad, sean temas tan agrietados, donde siempre aparece la necesidad de elegir “un lado”. Quizás sea esa grieta que divide, combinada con una realidad más cruel, lo que nos impide llegar al ingrediente secreto que -en mi opinión- cambiaría toda la ecuación: la empatía. Una sociedad más empática, ¿toleraría que se cuestionen derechos humanos fundamentales? 

 

El contexto es desafiante. Para quienes nos dedicamos a esto, incluso a veces duele. Sin embargo, (nos) invito a repensar a la historia: cada vez que una crisis amenazó con dar marcha atrás, se potenciaron las redes para crear resistencia. Abuelas de Plaza Mayo o el movimiento Ni Una Menos, son grandes ejemplos. 

 

No sabemos qué dirán los libros de historia dentro de unos años sobre este momento. Pero sí sabemos que el futuro se construye en el presente. Y si nos sueltan la mano, haremos red. 

 

Por Natalia Stanchi, miembro del Consejo de Fundación Mediapila.

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